El príncipe de las metáforas



Hay historias que quedan para siempre en tu memoria, evolucionan y maduran contigo, te acompañan y te inspiran casi sin saberlo; te susurran al oído sin darte explicaciones. Forman parte de tu pasado y de tu presente.

Hace muchos años que leí por primera vez El Principito, fue una de esas lecturas escolares obligadas. En ese primer contacto, no acabé de “ver” sus pasos (aunque los tenía delante) quizás porque la niña que habitaba en mí ocupaba un espacio interior considerable y leía solo un cuento maravilloso. El Principito, pacientemente me esperaba en una de las sabias estanterías de mi padre, nos espera a todos, porque irremediablemente te hará falta reencontrarte con él, tendrás la urgente necesidad de recuperar la limpieza de la mirada infantil, de escuchar esas sabias reflexiones y poder confirmar que lo esencial es invisible a los ojos , repetirlo una y otra vez, para que como a él nunca se te olvide.
 


 
Ahora que me he convertido en “una persona grande” (en apariencia) rodeada de pequeños y pequeñas Principitos, me propongo convertir este espacio compartido en nuestro peculiar asteroide B612.


 
 
Me presento, soy la aviadora. A pesar de que he puesto mi avioneta a punto para iniciar este hermoso viaje, deseo que mi motor quiera tomarse un descanso y pasar mi primera noche bajo las estrellas de este desierto interior para volver a escuchar esas vocecitas pidiéndome que les dibuje un cordero y me lleven a su pequeño planeta donde la realidad se ve a tamaño real.

Ahora bien, como iréis descubriendo, no va a ser un cuento de hadas.

 
 



 
 

 
AVIADORA: - Pero, ¿qué haces aquí?
PRINCIPITO: - ¿De qué planeta eres?
Así fue como conocí al Principito.
 

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